Ya se cumplieron treinta días, pero qué increíble fuerza agarró todo lo que está sucediendo en Chile desde sus primeras horas. “Ellos” aún insisten con eso de que no lo vieron venir, pero tú y yo siempre hemos sabido que esto pasaría. Incluso la misma cultura que consumimos, independiente del envase en el que venga, se ha encargado de ilustrarnos esa postal utópica de un despertar de masas que hoy se está declarando de forma transversal en calles de todo el país. Con esperanza o temor, esto siempre se vio venir, pero nunca nos atrevimos a reventar la burbuja de resiliencia en la que nos acomodamos por el simple hecho de que así nos impusieron que debíamos ser las chilenas y los chilenos. Perdidos en ese letargo, no nos dimos cuenta cuando llegó la tan anhelada insurrección popular, por lo que no nos quedó más que asumir y aceptar que estamos viviéndola y somos parte de una nueva historia. Desde aquel determinante viernes 18 de octubre hasta ahora ha sido un bombardeo ininterrumpido de emociones por procesar. Personalmente me ha costado definir el cómo voy a interpretarlo en estas líneas. Cada día es algo nuevo. Yo simplemente quiero soltarlo.
Por Darío Gutiérrez O. (a.k.a. Güissario Patiño).
Fotografía de portada por @jaimekunstmann
Ellos viven, nosotros despertamos:
Tú piensa como quieras o como te digan, pero creo que coincidimos en la base de que 1973 es como nuestro año cero. Desde ahí en adelante dos personas de un mismo país nunca podrían sentarse a compartir en una misma mesa por lógicas básicamente valóricas. Crecimos en un país en donde sólo por tener tu forma de pensar vas a tener diferencias irreconciliables con quien esté de la otra vereda, y las razones tienen distintos orígenes, ya sean personales o familiares, políticos, ideológicos, de clase, todas las anteriores, o simplemente por ignorancia. Como sea, el 11 de septiembre, además de toda la carga que por sí arrastra, siento que definió de forma vitalicia que tú y que yo podamos tener mucho en común y aun así seremos siempre, indiscutiblemente, dos personas muy diferentes.
“Ellos” nos dijeron izquierda o derecha, y, si todavía estás aquí leyendo esto, creo que también tienes un sentir que está más hacia la izquierda, porque de otra forma es probable que ya te hayas incomodado e ido. Pues bien, me parece que izquierda es una etiqueta que entre nuestras generaciones se ha justificado más como una forma de demostrar rechazo y desaprobación hacia la derecha por todo lo que ésta representa, ya que, en la práctica, ¿qué es realmente ser de izquierda en un país como Chile? Ahí recuerdo a Federico Luppi en “Lugares Comunes”: Una chapita, un pin, un graffiti. Pura nostalgia.
Este último 11 de septiembre, en el aniversario número 46 del golpe de Estado en Chile, reflexionaba precisamente en que, a pesar de la importancia que tiene la fecha para marcar la historia y psicología de un país completo, el impacto que tiene su memoria en la reflexión colectiva para entender el Chile que somos hoy es prácticamente nulo. El último fue un aniversario imperceptible. Es en esos vacíos cuando siento que siempre le hemos llamado izquierda a una postura o postureo social, una idealización ciudadana con poca acción concreta, más conmemorativa que constructiva, desencontrada totalmente, y con una no más desacertada representación política, incapaz de haber sido oposición durante tres décadas, lo que no es más que un reflejo del país tibio y adormecido que fuimos hasta hace menos de un mes.
Pero nuestro sentir más cargado a la izquierda tiene que venir desde algún lado. Yo, por ejemplo, vengo del encuentro entre dos seres soñadores y luchadores por un Chile justo, concebido en plena fiebre del 88, traído al mundo entre todo ese despertar de la esperanza que prometía alegría para el pueblo. Nacido incluso por estos días, donde aún se respiraba la primaveral victoria del NO. Partiendo de esa base, podría decirse que mis orígenes son de izquierda, claro que sin ninguna instrucción política más que el sentido común de la realidad y los valores que podían recogerse en una familia que en la época no cumplía con los requisitos suficientes para considerarse ni como pobre ni como de clase media, simplemente clase trabajadora, con ideales de mundo, y que, como muchas familias, terminó tempranamente en la disfuncionalidad, en parte embestida y absorbida por la locomotora competitiva de este nuevo Chile que avanzó por los noventas chupándonos hasta esos ideales originales. Cuando tienes una madre y un padre ocupados a tiempo completo intentando sobrevivir para que no te falte lo mínimo, pero ya ni siquiera son capaces de funcionar como equipo, empiezas a entender la dinámica salvaje de la mecánica social en la que estás inserto. Es una aproximación cercana de lo que se ha ido convirtiendo el mundo real, sin vínculos ni ideas, cada día más segmentado y desconectado entre sí. No hay una discusión política en la mesa que te instruya o ideologice, porque en muchos hogares el concepto de mesa familiar fue desvaneciéndose gradualmente durante toda esa década hasta ser reemplazado por un tupper y un microondas en modo autoservicio. Pero la transición, antes de volvernos un país de autómatas, creo que nos alcanzó a impregnar parte de la esencia que nutrió a nuestras raíces.
Al igual que hoy, hace veinticinco años atrás en Chile también se sobrevivía con lo justo, pero, al menos en casa, recuerdo que siempre con ingenio, cariño y autenticidad. Cuando se podía, se podía, y las veces que se podía eran esos inesperados acontecimientos que, por muy mínimos que fuesen, como pasar por una empanada a ese insuperable lugar o comprar una bebida para el almuerzo, tenían la capacidad de darle una distinción especial a tu día. La misma realidad se confirmaba viendo a tus vecinas y vecinos: familias capaces de ser felices con nada y a veces también con poco, ¿y es que acaso no es eso tenerlo todo?
La pobreza tiene ese lado romántico, el de la conciencia de clase, el del sentido de pertenencia, el de la empatía encarnada y no como un asunto moral. Sin embargo, “ellos” hicieron también de esa virtud un recurso a su favor, apelando siempre a la solidaridad del chileno, perpetuando que entre nosotros y nosotras debamos hacer esfuerzos adicionales para darnos el aguante, con ejemplos que van desde lo más cotidiano, como cuidar a la hija del vecino cuando éste trabaja, participar en colectas para costear tratamientos médicos u organizar actividades que brinden una navidad a personas que no las tengan. En esa generosidad y colectividad innata le cargaron también la responsabilidad de financiar funcionamiento y creaciones de los centros de rehabilitación de la Teletón o reconstruir un país que se cayó por un terremoto. En algunos casos somos la corredora de seguros para la familia del barrio que se le incendió la casa. Y ahí estamos siempre, porque, si no lo hace la gente, ¿quién chucha entonces? Somos esa clase que pone los parches a un problema con un trasfondo mucho más profundo, mientras la administración, a sabiendas, sigue enriqueciéndose e ignorando las fallas sistémicas sin ningún tipo de criterio ni conciencia. Y esos dos últimos me parecen dos conceptos claves para definir el contraste que hay entre “ellos” y personas sintientes como tú o como yo, pues, precisamente, gracias a ellos podemos SENTIR, virtud que históricamente nos ha valido la estigmatización social de resentidos/as, y sí, me parece que es un apelativo que tiene todo lo “re” y todo lo “sentido” de su razón, pero nuestro resentimiento no tiene que ver con no saber lo que es haber tenido un Super Nintendo en la casa o vacacionar en el extranjero. Resentimos por la miseria en la que nos entramparon a vivir. Si bien la romantización de la pobreza nos entrega intangibles riquezas que han forjado el carácter de nuestra clase, en lo práctico, esas riquezas aún no nos han asegurado el derecho a una salud, educación, vivienda o jubilaciones dignas. Por eso nos involucramos, porque nos afecta, porque no es ajeno a nuestra realidad, porque es injusto. Nos cuidamos porque nos importamos. Al menos en esa categoría humana entra la mayoría de las personas con las que me relaciono. Personas con buenas intenciones, independiente del origen que tengan, pero con quienes te fluye tratarte de “hermana” o “hermano”. Y a esa humanidad entre pares, cuyos actos o gestos vienen totalmente desde el sentido y la razón, se le ha dado una connotación en lo político como de izquierda, aun cuando existen seres con ideas más inclinadas hacia la derecha dentro de esa naturaleza, pero todo eso ya no tiene sentido, porque lo que “ellos” ignoran todavía es que nuestra educación política son esos códigos de fidelidad y respeto hacia tu propia gente, porque creciste viendo y viviendo eso, porque sabemos de dónde venimos, qué es lo que no está bien y qué debe resolverse. Es ahí, en nuestra identidad, nuestra más sensata declaración política.
Hoy, sin embargo, todo ese conjunto de ideales y valores con los que concebimos una sociedad justa se han encontrado en una misma proclama popular, desmarcándose felizmente de lateralidades, pues su raíz es social y florece transversalmente por todo el país. El Chile que por décadas se desentendió de la clase política está siendo más militante y más político que nunca, opinante y debatiente, reaccionando y levantándose como un país cada día más informado, organizado, unido y, sobre todo, luchador. Y quienes siempre nos sentimos ideológicamente cercanos a una izquierda, el presente fue nuestro momento para invalidar a esa porción política que en el nombre de la izquierda dice representar el sentir popular, siendo que no se libran de ser encasillados como “ellos”. El sentir popular es nuestro, porque nosotras y nosotros somos el Pueblo. No queremos ser su izquierda, queremos dignidad. Nos unimos y ésa es nuestra primera gran victoria. Nos tenemos, y nos tenemos más que nunca. Todo lo que se escriba a partir de ahora será una nueva historia. Ellos siguen viviendo, pero nosotros, finalmente, despertamos.
“La guerra la perdimos hace rato. Cómo será que los que ganaron, los dueños del mundo, están tan sólidamente establecidos que hasta permiten que exista la izquierda. ¿Por qué? Porque no jode a nadie, ya no es más una amenaza revolucionaria, es una chapita de ésas, como es, un pin, un graffiti. Pura nostalgia. A lo sumo puede hacer una actitud moral que nunca va a salir de la esfera privada. Esperamos que el mundo se organice con sentido común, que la gente sepa que pertenece a una comunidad, que haya justicia, que trabajen por el bien común… sabes qué es eso: libertad, igualdad y fraternidad. Han pasado más de dos siglos y no hicimos una mierda, nos quedamos en 1789.”
El estallido social se estaba gatillando durante toda esa semana gracias al valor de estudiantes secundarios que se resistieron a la última alza de $30 en el pasaje de metro y llamaron a una evasión masiva del pago por el servicio. La cada vez más creciente adherencia del resto de la población hacia la iniciativa paralizó la “normalidad” de la rutina en Santiago varias veces durante esa semana, sin embargo, lejos de generar divisiones entre la clase realmente afectada por la contingencia, felizmente incentivó que el país se reencontrará y uniera bajo una causa común, que en resumidas cuentas es decir BASTA a los abusos e injusticias de la clase política y empresarial de este país.
Cabros, esto no prendió:
Tras cuatro días de inspiradores virales en redes que inmortalizaban varias de estas evasiones colectivas, y que también daban evidencia de una inesperada resistencia popular capaz de derribar rejas de estaciones cerradas o de sentarse al borde del andén exigiendo el freno de los trenes cuando estos tenían la instrucción de no parar en estaciones evadidas; aquel viernes 18 de octubre se sentía distinto desde temprano en la mañana. La oficialización popular de una protesta organizada en toda la capital te daba a entender que lo que estaba sucediendo tenía el carácter de histórico. Así fue. Intensas jornadas en distintas estaciones de la red que se extendieron hasta las calles. En el lapso entre la hora de almuerzo y el término de la jornada laboral, la realidad se transformó completamente y Chile no regresó más a su incómoda normalidad.
¿Te acuerdas lo inquietante de esa tarde? Me parece increíble recordar cómo nos horrorizábamos y compartíamos las primeras escenas sangrientas, protagonizadas por una estudiante que recibió disparos de carabineros en Estación Central, y que pocas horas después de eso al menos tres nuevas generaciones pudiésemos encarnar y dimensionar muchas de esas historias que se nos han contado sobre el Chile de la dictadura militar del malditamente eterno Pinochet.
Fueron treinta años de indignación acumulada la tasa de interés que cobraron esos $30. Treinta años desde el retorno de una democracia que sólo ha perpetuado y agudizado el modelo económico impuesto en dictadura, el neoliberalismo irracional que no ha dejado de enriquecer a una elite económica y política a costa del empobrecimiento y sacrificio de una clase trabajadora distraída y desencontrada. Ésta finalmente reaccionó y desató su furia contenida, saliendo a las calles a reclamar su dignidad.
“Gobierno que mata Pueblos es un cobarde”:
La revuelta del 18 de octubre activó al país entero y la respuesta fue una represión violenta, justificada en parte con la ayuda de algunos montajes de carabineros, como los incendios simultáneos en ocho estaciones de metro cerradas y resguardadas por ellos mismos, o el sospechoso incendio en las escaleras de emergencia del edificio de Enel, ingenierísticamente tan imposible como esta palabra, pero cuyo sensacionalismo servía para vender pánico a la población a través de la prensa manipulada en los medios oficiales, principalmente la televisión. Misma función incendiaria cumplieron buses de locomoción colectiva, ya dados de baja, por cierto, pero que aparecieron puestos y dispuestos en puntos estratégicos, en algunos casos escoltados hasta ahí por los mismos carabineros. Hoy tenemos todas estas evidencias al instante.
A diferencia de 1973, vivimos una era de hiperconectividad, y somos testigos de los registros que también generamos. El Chile de hoy no se deja intimidar con tanta facilidad y tiene claro que los montajes han sido una práctica habitual desde el Estado para sus fines de dominación social, sin embargo, fue una pelea compleja la de contraponerse a la historia que ellos quieren contarnos a través de su cerco informativo. El compromiso en aquellas horas era compartir rápidamente cualquier foto o vídeo que te llegue antes de que te lo bajen, transmitirla con tu gente, aunque fuese de forma irresponsable, porque todo estaba siendo tan inmediato y brutal que no había tiempo siquiera para procesarlo, mucho menos para confirmar fuentes. En cierta manera los hechos lo ameritaron, porque, de esa fiesta en las calles que fue el cacerolazo nacional de la noche del viernes 18 de octubre, donde todavía no podíamos siquiera imaginar la muerte del algún manifestante, pasamos a un nebuloso sábado en el que el gobierno empresarial de Sebastián Piñera puso de regreso a los militares en la calle y con ellos el anuncio del toque de queda. En cosa de horas la cifra de muertes superaba las veinte personas. Así asumíamos que revivíamos una dictadura, entre el exceso de información en redes sociales, con casos de muertes, ciertas e inciertas, múltiples registros de pacos y milicos sueltos disparando en la vía pública, saqueos e incendios, ya sean reales o montajes, abusos, desapariciones, y más confirmaciones de personas heridas o muertes. El panorama se extendía en las horas sucesivas y cada vez salían a la luz más estremecedores casos, y a esta tirana realidad se sazonaba con la incertidumbre que generaban incontables rumores circulando por redes y audios de WhatsApp, desde que bajarían las antenas de empresas telefónicas para limitarnos el uso de datos celulares, anuncios de cortes de agua o luz, o hasta que éramos parte una invasión alienígena amenazando con saquear los privilegios de los ricos, como dijo la primera dama.
En paralelo, la televisión no recapacitaba de su función desinformativa y alienadora de masas, invisibilizando la real situación de represión y matanza que se vivían en distintas ciudades, revelándose posteriormente su colusión editorial con la pauta del gobierno. Todo lo censurado se suplió con morbo y pánico colectivo, criminalizando el movimiento, adoctrinando a la audiencia con palabras como delincuencia y desabastecimiento, precisamente para poner a la población en contra. Eran horas críticas. La prensa daba mayor atención a un supermercado incendiado y no a las sangrientas jornadas en las calles. Y la impotencia crecía. Pese a tener los registros de cómo muchos de estos saqueos e incendios eran efectuados por la misma represión, incluso en lo más sagrado de nuestros barrios, como las denuncias de carabineros de civil intentando saquear las feria libres, el guion no cambiaba. Tampoco había a quien recurrir. No eran sólo los políticos, la televisión, los pacos o los milicos. También la PDI e incluso el cuestionable actuar del director del INDH y en algunos casos el SML o la misma ONU. Ni siquiera los narcos aparecieron en defensa del barrio desarmado.
Todo lo que nos llegaba debía retransmitirse popularmente por todas las formas posibles, pues los registros más comprometedores iban bajándose de las redes sociales al poco rato. A varios y varias también nos restringieron la posibilidad de compartir contenidos, pero de cualquier forma había que estar ahí, darle la pelea a la manipulación mediática, sobre todo para alertarnos e indignarnos, seguir levantándonos, reaccionando a todo lo que nos estaba pasando.
Y creo que allí también nos atacaron a través de nuestras propias herramientas, porque les difundimos en modo maratón de fin de semana el shock y estrés que significa consumir ese nivel de información, al mismo tiempo en que experimentábamos lo que es sentirse preso en tu casa durante el toque de queda, escuchando los disparos de la represión en cuadras cercanas a las tuyas y los helicópteros sembrando el pánico sobrevolando nuestros techos. Violentos gritos y balaceras se oían en los videos que recorren teléfonos celulares del país entero, expandiendo la doctrina del miedo con la que intentaron volver a convertirnos en el país sumiso y obediente post-dictadura que le entregó Pinochet a la elite empresarial que hoy nos tiene en este extremo de la balanza. ¿Cuándo te mueres definitivamente, Augusto? Sin embargo, y paradójicamente, el inevitable colapso del modelo económico y separatista al que nos vendiste, transmutó positivamente en lo que nos hemos convertido hoy día, una unidad social.
Este espontaneo despertar, chispa que se convirtió en un incendio que envía señales de humo al mundo entero, no nos encontró preparados ni a ti ni a mí, porque nunca nadie se puso de acuerdo para que esto ocurriera en esta fecha ni de esta forma, sin embargo, demostró que, tanto pacos como milicos, en el fondo siempre han sido adiestrados para este tipo de misiones, y la existencia de sus organismos representan más bien un peligro que una seguridad al orden público. La crisis constitucional en Chile del 2019 los glorificó en la eternidad como los grandes traidores que siempre han sido, pues, las mismas instituciones detrás de millonarios desfalcos y fraudes al dinero del país, como los casos “Pacogate” y “Milicogate”, andaban sueltos en las calles, armados y –en comprobados casos— puestos en coca, disparando con orden a matar. ¿A quiénes? A quien le toque, sin tanta premeditación, su plan es sembrar terror, ya sea en la calle o disparándote en tu propia casa.
Piñera seguía demostrando su capacidad para hacer aún más siniestro el incendio, reaccionando a la resistencia ciudadana con una declaración de guerra. Y tú lo único que ves es la impotencia de tu Pueblo, uniéndose y levantándose a reclamar la urgencia de cambios estructurales al sistema, armados con arengas, cacerolas y cucharas de palo para hacerse escuchar, recibiendo de vuelta atropellos, disparos, golpes, mutilaciones, violaciones, detenciones, desapariciones y muchas muertes; de parte de pacos y milicos de origen igual de humilde que el tuyo o el mío. Resulta desesperante tanta incertidumbre, violencia y desolación. Y ahí es donde te pones a pensar en los constantes robos, casos de corrupción, colusiones, fraudes, perdonazos y castigos con clases de ética para esta elite, que una vez más se lava las manos y, literalmente, se van a comer pizza mientras aquí dan la orden para que nos maten. Y desde nuestra trinchera siguen apareciendo cuerpos, algunos supuestamente calcinados en incendios provocados por ellos mismos, pero que las autopsias posteriores revelaron heridas de bala en sus cuerpos, sin embargo, todo queda ahí. Corren las imágenes del cuerpo colgado de Daniela Carrasco, una artista callejera de la comuna de Pedro Aguirre Cerda, conocida popularmente como “La Mimo”. Su cadáver cuelga (tocando el suelo sus pies) a plena luz del día, a metros de carabineros que se desentienden de tan macabra escena. Entre de su secuestro y evidente asesinato, se dice que fue violada por agentes del estado, pero ningún organismo responsable, como el SML o el INDH, asume el compromiso de llevar esas investigaciones al final. Te llenas de rabia e indignación por esa impunidad que, histórica y moralmente, le ha extinguido el fuego a una sociedad que se esfuerza por volver a arder, pero tampoco puedes pensar tanto rato, pues te llega nueva información. Otra muerte, al parecer. Se trata de los datos oficiales de la persona, una joven madre ahora. En seguida, otro registro de fuerzas especiales tomando cerveza y fumándose un caño, otro vídeo de pacos saqueando en el comercio, otra historia de alguien que perdió un ojo por los disparos de ellos. Ya van más de 230 casos de mutilación ocular ¡230 casos! Y así reaccionando e indignándote, estando alerta y presente, tratando todavía de entender la realidad propia y también las que estaban pasando en muchos otros lugares.
El fin de semana entre el 18 y el 20 de octubre fue una sobredosis de emociones y reacciones encapsuladas en porciones altas y constantes, desde que abrías el primer ojo hasta que dabas por terminado el día. Ellos sabían en qué herida debían dirigir sus ataques y no dudaron. Chile despertó y nos llenaron los ojos de sangre.
#ESTOPASAENCHILE
RESPALDO DE EVIDENCIAS ENTRE EL 18 Y 31 DE OCTUBRE DE 2019
Lo escribí porque lo necesitaba un octubre 22:
Anoche finalmente pude darme una pausa de todo esto que está pasando en Chile. Así pude analizarlo más desde mí, desde lo humano, y no tanto desde el compromiso que involucra algo que es tan personal como lo social desde donde nace. No es fácil entender que en las calles hay milicos con metralletas listas para ser disparadas, tanquetas pasando por nuestras avenidas, o que por mi lado pase una joven madre con su hija en hombros cargando un cartel que reclama: “Soldaditos y tortugas ninja fuera de las calles ahora”. Reparé en que también había compartido noticias de asesinatos en redes y nunca pude realmente tener tiempo de sentir dolor por la caída de personas inocentes, que estaban en la calle como podrías estar tú o podría estarlo yo. Me cuestionaba lo injusto que me parece que haya personas recibiendo los disparos por ti o por mí, cuando la causa es la misma para todos los sectores. ¿Cuál es mi rol en esto?, pensaba, como seguramente también pensaste tú. No podía sentirme conforme sólo por darle utilidad al alcance de estas redes sociales para retransmitir y visibilizar lo que sucedía en las calles, porque también había que estar en las calles, pero si estás en las calles, también quieres estar con tu gente o participar de alguna de las tantas actividades de organización popular que se están levantando. Quieres y debes estar en todos los lugares, física, mental y emocionalmente. El único sitio y estado mental en el que no quiero estar es en el trabajo que tomé por la necesidad de rescatar unas lucas, pero que naturalmente abandoné. Por las vías independientes la cosa ya venía más lenta los últimos meses, y esto sin duda nos golpeó fuerte en algunos sectores. Se está acabando Chile, ¿dónde encaja un estreno en la prensa musical? Y aunque por ahora no hay certeza de para cuándo esto se normalice, tampoco hay cabeza ni espacio para pensar en otra cosa que no sea lo que estamos sufriendo las personas de este país. Total, la plata siempre nos ha faltado. Vía telefónica conversé con programas radiales de Argentina, como Rimas Rebeldes, El Pulso De Las Rimas y A Mí No Me Importa. Agradezco la preocupación de sus respectivos equipos por querer mostrar parte de nuestra verdad allá. Si bien hay un ahogo y necesidad de soltarlo, también hay un vacío interior que se resiste a entender todo lo que pasa. Y es que como sea, haciendo lo que sea, la sensación de sentirte inútil era difícil de sacársela. En momentos de más calma entendía que era una impotencia normal, propia de nuestro bando, ése que es capaz de empatizar con el dolor de una muerte, porque tenemos humanidad, porque luchamos y defendemos causas justas. Ésa es precisamente una de las grandes diferencias que tenemos con quienes apuntan sus armas contra su Pueblo. En el Pueblo somos capaces de desearles que no les falte ningún familiar al final de la jornada y alegrarnos de que no vivan el dolor y ausencia que dejaron en cientos de familias en pocas horas. Nos mueve el amor y no sólo obedecemos órdenes, actuamos desde la razón y no por la fuerza. No por nada nuestra indignación paralizó un país entero.
Estaba procesando toda esa rabia e impotencia por lo sucedido durante esas locas horas en el país, riéndome de lo irónico que resulta la simpleza y obviedad con la que explica la base de la crisis democrática en Chile en la televisión española el historiador Mario Amorós, cuando me encontré con el vídeo de la noticia de emitida por un noticiario ecuatoriano sobre la muerte de Romario Veloz, estudiante universitario de origen quiteño que era conocido en el circuito del Hip Hop como Black Dement, quien llevaba varios años radicado en el norte de Chile. A sus 24 años lo mataron los milicos de un disparo en la espalda en una manifestación pacífica en La Serena el día domingo 20 de octubre. Aquí no hubo mayor cobertura de la noticia, y a lo mucho algunos difundimos su caso como otra foto más entre tantas que iban dando vueltas y que tampoco encontraron una digna mención de su historia de parte de la prensa oficial. Bueno, al menos a través de ese registro se mostró quién era Romario más allá de las tantas historias que atesoran sus cercanos y cercanas en el mundo del rap y el freestyle. Romario también deja una niña de cuatro años. Fue al ver las imágenes de ambos jugando cuando finalmente explotaron las lágrimas que liberaron esas emociones reprimidas.
El caos exterior ya estaba impactando lo interno, o así al menos me lo reafirmaban los relatos y experiencias de otras personas con las que conversé del tema esos días, desde amistades hasta contactos de cualquier red social que me escribían desahogándose al reaccionar por alguna publicación de las que compartíamos. Y es que es imposible que no nos quiebren relatos como el del funcionario fúnebre que fue a dejar el cajón con el cuerpo de José Miguel Uribe a su casa. El día lunes 21 de octubre, a sus 25 años, lo mató un milico de forma aún más ilegal, sin declararse estado de emergencia ni nada por el estilo en Curicó. El hombre, con una década de experiencia en el rubro, confiesa a través de sus redes que nunca le había afectado tanto la entrega de un cuerpo, pues, mientras entraban el cajón, el hijo de José Miguel, de un año y medio, llamaba sonriente a su padre buscándolo cuando escuchó que “el papá había llegado”. Claro, dentro de un cajón, dentro de un cajón volvió un cuerpo inerte por estar simplemente en la calle, manifestándose desarmado por exigir un país más justo para su hijo, eliminado irreversiblemente por el capricho de un agente más de este estado criminal. Romario y José Miguel soy yo y son cualquiera de mis amistades, y así todos los nombres de las personas que han sufrido en este levantamiento. El país encarna el injusto dolor y la cara más cruel de la ambición y el poder.
Definitivamente nos afecta la situación, estamos con un agotamiento físico, mental y también emocional, pero también estamos viviendo un proceso histórico, donde pudimos encontrarnos y reencontrarnos, conocernos y reconocernos, saber quiénes son y cómo piensan nuestras vecinas y vecinos, pues la gente cada día está más dispuesta a eso, a hablar de la situación, conversar en los paraderos, las micros o el metro, pasando de los encuentros casuales y/o cotidianos de los cacerolazos o la fila del pan, a los cabildos organizados y las ollas comunes, a ordenarse desde el caos donde se origina su revuelta para empezar a imaginar y debatir sobre el país que nos gustaría. En su guerra nos han atacado, disparado e incluso matado, pero estamos unidos y unidas. Eso nos da fuerza cuando flaqueamos y retomamos funciones. La reunión del Pueblo en las calles se convierte en la fuente de inspiración para colorear las emociones grises que nos despierta tanta angustia. La calle te brinda resistencia con sus mensajes. Son momentos para llorar de impotencia, pero también de alegría, también por los escalofríos que te genera el relato que de alguien que viste en una red social, o escucharte en medio de una multitud gritando con fuerza que, a pesar de sus balas: “El Pueblo unido jamás será vencido”.
Ese lunes 21 y martes 22 me permití conmoverme todo lo necesario que fuese. Para esos días empezaron a salir varias canciones que hablan de los hechos. Me quedó bien grabada la de Maycol Cortés, un joven de 17 años oriundo de Antofagasta, conocido como Flash MC, quien escupe sus bombas desde el caos de la calle misma, dedicando sus barras a la memoria del difunto Black Dement. Ya a esa altura teníamos un poco más digerido en qué estábamos metidas y metidos, y seguimos con las organizaciones, la articulación de distintas redes, distintos sectores. En algunas concentraciones me encontraba con personajes del mundo musical, por ejemplo, y era sumamente espontaneo sentarnos a hablar de la responsabilidad que debíamos tener en este nuevo escenario.
A Piñera lo vamos a detestar siempre por todo lo que nos hizo, pero, muy dentro de nosotros y nosotras, siempre le vamos a agradecer todo lo que provocó. La dictadura de Piñera nos permitió conocernos de mejor forma. Preocuparnos más por el resto, querer saber cómo lo llevan en sus casas, cómo están sus familias. Quienes cargan los traumas de la anterior dictadura empiezan a perder el miedo y salir de sus casas, la gente pobre de derecha empieza a entender que tampoco están fuera de todo lo que se reclama. No hay línea política capaz de hacerse cargo del conflicto, porque es completamente social y se ha formado desde la misma improvisación de tener que reaccionar. La gente mayor desempolva sus relatos de juventud y el dialogo vuelve a ser la forma en que nos encontramos y conocemos. Puede que no esté explícito en las demandas sociales, pero entramos recuperando la principal riqueza: nos hemos recuperado a nosotros y nosotras. Frases como “cuídate”, “avísame cuando llegues”, “¿cómo estás?” o “¿necesitas algo?, jamás fueron emitidas con tanto sentido y frecuencia desde nuestras bocas o mensajes. Las personas estamos más conectadas y concientizadas que nunca. Desafiamos el toque de queda con vecinas y vecinos, orquestando la noche con cacerolas, mientras juegan y se suman a la manifestación las generaciones más nuevas. Hay dolor, hay rabia, hay desconsuelo, incertidumbre e indignación, pero también hay una fiesta que nos refresca la energía y nos reafirma la convicción de esta lucha. Encontramos en el dialogo, la contención y las manifestaciones de amor nuestra forma de iluminar esa oscuridad.
Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera:
Tenemos ganas de hablar. Con mis amigos de Bongo Flava improvisamos una transmisión durante el toque de queda del miércoles 23 de octubre y dialogamos con la gente que estuvo interactuando con nosotros. Recibimos mensajes de Australia, Argentina, Nueva Zelanda y distintos puntos de Chile. Fue liberador conectarse con historias y reflexiones que están más allá de nuestro alcance inmediato. Resultó una reparadora experiencia y me alegra que ellos la hayan podido repetir los días sucesivos. Descubrimos que no hay vergüenza de sentirnos vulnerables, que es necesario parar y reflexionar más allá de la emoción viva. Que, lógicamente, llorar es parte del proceso, que el miedo es normal, pero lo fundamental es reforzar la sensación de que no estamos ni solos ni solas. Toque de queda, te paseamos.
Algo está pasando, algo huele mal:
No había pasado siquiera una semana desde que se originó el estallido, pero, con todo lo vivido en esas primeras horas, había caldo de cultivo suficiente para que salieran esas primeras canciones o barras vomitando lo que estaba sucediendo en el país. El rap igual tiene esa facilidad: música de contenido contingente, originalmente sintiente, sensible del mundo que busca narrar. A todo eso súmale la facilidad que tiene para su producción y registro. Estuve esos días compartiendo todo lo que recibía. Emcees de todo Chile sumaban su cuota de protesta musical. Gracias al apoyo de CD Baby Chile, pudimos gestionar que muchas de esas canciones fuesen distribuidas gratuitamente en todas las plataformas digitales y así hacerlas más accesibles a los oídos del mundo.
Y bueno, desde que se registró “Algo está pasando” de DeKiruza en 1988, el rap chileno se ha encargado de denunciar todo aquello que sucede en las calles. La línea consciente y combativa siempre ha estado muy presente en el género, y el legado se ha mantenido con nombres como los de Panteras Negras, Makiza, Calambre, Subverso, Salvaje Decibel, Aerstame, Inkognito, Dead Jonkie, Yntro, Deyas Klan, 4to Karamazov, F-dren, Kanitrou, Fisher Showa, Dania Neko, Macrodee, MutanteStyle, Gran Rah, Mc Unabez y un interminable etcétera. En general, la prueba de rigor para cualquier emcee es saber entregar un mensaje despierto, aunque su trayectoria se caracterice por hacer todo lo contrario. Eso viene desde el origen, porque, como dijo alguien, “puedes sacar al rapero de la pobla, pero no a la pobla del rapero”. El factor social siempre estará, ya sea en extensas discografías hablando de lo mismo o soltando un par de verdades inteligentes de repente en medio de otras barras. Y es por esto que no es de extrañarse que mucho de lo que estamos viviendo en las calles de nuestro país también haya estado escrito en canciones hechas durante los últimos treinta años.
Son días en que la banda sonora popular saca del baúl canciones como “El derecho de vivir en paz” de Víctor Jara, “El baile de los que sobran” de Los Prisioneros o “El pueblo unido jamás será vencido” de Quilapayún. Himnos que incluso alcanzan el medio siglo desde su composición, acogidos hoy por una sociedad que mantiene intacto el estado mental desde donde nació su inspiración. Siendo así, da para pensar cuál ha sido el rol de quienes, de cualquier forma, nos hemos desenvuelto en la comunidad cultural chilena durante estos últimos treinta años, como para que, desde Jorge González, no exista otro ícono de una categoría como la que éste representa. Bueno, Lemebel o Redolés pudieron ser buenos candidatos, y con seguridad varixs más, pero es cierto reconocer que socialmente jamás permitimos la necesidad de nuevas representaciones. El arte en Chile nunca se ha desentendido de su carácter consciente, irreverente y social, pero, en su forma de impacto popular, demostró estar acorde al adormecimiento que atravesó el país. Somos una comunidad que compite por un cupo para colgarse de la teta de un Fondart con el fin de concretar ideas que, por muy buenas y positivas que puedan llegar a ser, funcionan bajo un sistema condicionado para no hacer grandes cambios. El éxito en la música son aspiraciones más bien individuales, medibles por ganarse un espacio en festivales como Lollapalooza o el de Viña, y en éste es la nueva comedia la que en los últimos años se ha encargado de sacudir a la masa con una protesta inteligente, pero no la canción propiamente tal.
Tampoco soy tan pesimista y culposo por todos estos años culturalmente tibios. Lalo Meneses me lo dijo en una entrevista hace un año: hasta que no haya un nuevo quiebre social, las manifestaciones artísticas seguirán siendo una representación del conformismo. Estoy de acuerdo, incluso aunque el contenido sea altamente contestatario o despierto. No se sale de lo mismo. Ahí siempre apelo al ejemplo que dio el rap venezolano para saber reiventarse desde su crisis y expandirse por el mundo como la nueva potencia del rap latinoamericano. Precisamente ahora escucho el recién estrenado álbum debut del combo internacional El Dojo y lo reconfirmo. Entendiendo nuestra situación, está claro que desde ahora el mundo de la cultura se encontrará en debates internos más intensos a la hora de asumir su rol en la sociedad. Se abre una era de cambios y estos se manifestarán de muchas formas. Ya se ven algunos. Por ejemplo, hasta hace un mes todavía existían raperos capaces de criticar la popularidad y música de Pablo Chill-E, autovalidándose orgullosamente por llevar una vida entera escribiendo canciones de mensaje consciente, sin embargo, ¿cuánto peso puede tener tal mensaje frente a esa camuflada declaración de envidia? Sin conocer tanto la música de Pablo, de él sé que haciendo trap flyte, desde el barrio logró posicionarse en una vitrina musical donde todo lo conseguido lo ha llevado de vuelta al barrio y a fomentar la organización de su gente, teniendo hoy en día la Coordinadora Social Shishigang mucho más prestigio o credibilidad en las poblaciones que cualquier partido político “popular”. La imagen de Pablo Chill-E asomándose con un saco de limones entre disparos y gases para sumarse al combate de sus vecinas y vecinos de Puente Alto durante los primeros días de manifestaciones tiene mucho más peso que cualquier discurso, así como su presencia en el funeral de Joshua Osorio Arias, joven de 17 años que, tras cuatro días de desaparición, fue encontrado calcinado como otra supuesta víctima más del incendio-montaje en la fábrica Kayser en Renca. Digo montaje porque Joshua tenía tres agujeros de bala en el tórax. Joshua era fan de Pablo Chill-E y él ahí estuvo junto con sus familiares y seres cercanos despidiéndolo. Dime si eso no tiene más dignidad que el actuar de otros íconos que se han caído en este nuevo orden, como el futbolista Arturo Vidal, al que se le puede perdonar provocar un accidente por conducir su lujoso automóvil en estado de ebriedad en plena Copa América 2015 sólo por ir atrasado al entrenamiento, sin cargos ni castigos, todo con tal de darle una alegría a ese Chile que sí despiden de sus trabajos por cometer faltas y que sí se va preso por conducir bajo efectos del alcohol, y que por lo demás está muy lejos de recibir los 30 millones de pesos DIARIOS que gana un supuesto “rey” que se ha mostrado incapaz de entender el contexto que hoy sufre el propio pueblo desde donde salió.
Es ahí, en el verdadero compromiso popular, donde el arte, el deporte, la educación y hasta la política, tendrán su verdadera representación como parte de la nueva y mejor sociedad que buscamos construir, sacándonos los malos vicios de lo que, consciente o inconscientemente, hemos perseverado hasta ahora. Y tenga plena esperanza que la cultura volverá a ser el punto de encuentro y debate que nunca debió dejar de ser. Sé que para el futuro próximo tendremos nuevas representaciones tan influyentes como pudieron serlo Gabriela Mistral, Violeta Parra, Jorge González o Víctor Jara. También más ejemplos como David Veloso Codoceo de 21 años, el único valiente soldado que fue capaz de negarse a reprimir a su propio pueblo, lo que le valió estar preso por 18 días. Me refresca el ánimo escuchar a jóvenes voces como Fisher Showa y Nfx, quienes, en uno de los tantos conciertos populares realizados este mes, hablaron desde el escenario sobre la responsabilidad que tiene hoy más que nunca el acto de tomar un micrófono. También lo dijo más sencillamente el colectivo Hiphología varios años atrás: “Del mensaje a la acción”. Y en el rap chileno, o en la cultura en general, siempre ha existido el mensaje, pero hoy nos estamos haciendo cargo de actuar y no sólo apuntar con un dedo lo que creemos que debería cambiar. Si esa estudiante no se hubiese atrevido a saltar esos torniquetes del metro, nada de esto estaría pasando. Ésa fue la gran lección.
Estoy muy contento del compromiso que tomó la cultura Hip Hop en Chile tras el estallido, porque la veo más unida que nunca, dándose cuenta por fin que afuera hay enemigos reales a los que combatir, en vez de seguir concentrando nuestras energías en criticar todo lo que brille más que nosotros, sobre todo entre nosotros. El Hip Hop en Chile es grande y vamos aprovechar eso para aportar en este espontaneo renacer del país, porque siempre hemos sido el reflejo y la crítica de ese dormido país que nos mantuvo inconformes hasta encontrar este lugar, esta cultura que nos hizo hermanas y hermanos, la que fue capaz de brindarnos armas inteligentes para canalizar y transformar en algo mejor aquello que nos resiente.
Compilé algunas canciones de rap nacional, nuevas y de toda la vida, que encajan perfecto con la editorial de un Chile que despertó. Va con cariño para mantener ese espíritu en todos los momentos. En tu trabajo, en los estudios, de camino a las movilizaciones o despertando a tu entorno. Hasta ahora lo he ido actualizando constantemente. Así seguirá siendo hasta donde se pueda. No dejen de enviarme sus aportes. Que la disfrutes.
Conversaciones en la cocina:
Desde acá escucho cómo conversan en la cocina de la vecina. Son esas cualidades de cualquier barrio, convivir con muchas personas en un pequeño terreno que está dividido en otros tantos más pequeños. No llevo mucho tiempo viviendo por acá, no nos conocemos hace tanto y tampoco nos conocemos tanto: “Hola, vecina, ¿cómo está?” – “Bien, joven, ¿y usted?” Eso es todo. Igual soy bien ermitaño. En esa casa veo que viven varias personas y mascotas, y los menores supongo que serán sus nietos, dos cabros de unos 10 y 20 años cada uno. En este momento conversa con el mayor, a quien hasta hace un mes sólo le escuchaba por el trap que ponía a todo volumen, sin embargo, las últimas semanas he podido oírle más a él, su voz y su opinión, y me gusta lo que escucho, la tiene clara. Me gusta ese debate que alcanza con su abuela y comprobar cómo sus ideas se encuentran, pese a la diferencia contextual de ambas generaciones. También hay otra mujer, que supongo será la hija de la vecina y madre del par de nietos. Antes la escuchaba regañar en voz alta y quejarse de esto y aquello. Ahora su discurso me seduce y me detengo especialmente a oírla cuando la siento hablar. Sus palabras ya no cargan ese estrés y frustraciones, traídas a la casa quizás por la dureza y condiciones del sistema de salud en el cual trabaja. Hoy el síntoma se ha concentrado en tratar a la enfermedad, entonces se habla de reparar lo que está mal y no ser una consecuencia de lo mismo.
De todo el tiempo que llevo sin querer escuchándoles sus conversaciones, esta vez siento que cada integrante de la familia empezó a escucharse más a sí mismo, entonces, ahora sí me gusta lo que dicen cuando sus voces se cuelan por mi ventana. Incluso diría que como familia experimentan una más sana convivencia de hogar. A la vecina mayor ahora la veo y escucho más tranquila, y supongo que mucho de eso se debe a las interesantes discusiones que hoy se arman en su cocina, pero a ella la noté con mucho miedo y tensión los primeros días: “Vecino, para qué va a salir, está la embarrada”, me decía el primer día, pero al día siguiente recuerdo que llegó con papel higiénico y un paquete de algodón a nuestra casa. Saquearon un supermercado que está a la vuelta y por al frente nuestro pasaban los vecinos acarreando sus rescates. Recogió un par de cosas que quedaron tiradas en el suelo y nos llevó la mitad. No deja de tener magia que ésta haya sido la forma de romper con esa indiferencia cortés en la que nos manteníamos sumidos. Nuestras familias están ahora más vinculadas. Y afuera de nuestras casas se ve lo mismo con las personas en la plaza. Esa visión externa de lo que sucede en su cocina, lugar de encuentro familiar que colinda con mi ventana, en el fondo no es más que una mirada de lo que pasa al interior de nuestros propios mundos. Pienso en esto mientras la elite política celebra un supuesto acuerdo por la paz para un cambio de Constitución, pactado y firmado entre las cuatro paredes de la misma cocina en la que históricamente han dejado fuera al Pueblo. Cómo se nota lo desconectados que están. Nos urge empezar a preparar a nuestra oposición política para llegar con representación a las decisiones próxima. Esa misma noche, en la que quisieron imponernos su paz como el final de temporada de la más grande revuelta popular en la historia de Chile, murieron dos personas, otra más quedó sin un ojo y veintiséis resultaron heridas. Dejen de cuentearse. Si no hay justicia, no habrá paz. Nada qué celebrar.
¡RESISTE!
En nuestra última sesión, María me pregunta si siento que he cambiado algo desde la última vez que nos habíamos visto, que calculo habrá sido hace algo más de un mes, poco antes de todo esto. “¿Tú eres la misma persona?”, le respondo yo. La risa es cómplice e inmediata. Igual creo que hace bien reírse en medio de tanta tensión. Ha sido un mes durísimo, en realidad. El caos en las distintas ciudades de Chile convive ya con cierta normalidad en las rutinas de sus habitantes. Después del trabajo o del estudio, son miles las personas que se desplazan hacia las concentraciones para mantenerlas vivas. Si bien era normal pensar que bajaría la intensidad tras cuatro semanas de movilizaciones, vale decir que éstas también han derivado en múltiples instancias de organización territorial, en avanzar con prácticas todo eso que queremos cambiar, como en los cabildos abiertos, conversatorios y otros espacios que también permiten la formación de la nueva y urgente representación política que necesitamos de cara a las próximas elecciones. Aun así, las calles siguen tomadas por el Pueblo gracias a la determinación de millones de personas que tampoco pueden ser las mismas que fueron tiempo atrás. ¿Te pasa todavía que no puedes distraerte sin sentir algo de culpa o remordimiento por la situación? En mi caso, es sano muchas veces tomarme un descanso de las redes sociales por el exceso de información que se mueve por minuto, activar el modo avión para dejar de acumular notificaciones que te inviten a entrar nuevamente a ese feedback ruidoso y sanguinolento, pero en esas pausas todavía no logro desconectarme a tal punto como para verme un par de películas seguidas. Con suerte termino una. Por ejemplo, vi hace poco la argentina “Luna De Avellaneda”, una historia sobre la decadencia de un club social y deportivo que intenta salvar su memoria y existencia, tratando de ser lo que algún día fue, resistiendo a la amenaza de caer frente al poder del capital. Muy buena. Puede que sean consecuencias del secuestro en el que me tiene este estado mental, pero me hizo sentido con todo lo que estamos viviendo como país, graficado en detalles como el desgaste interno de la directiva del club, la eterna incertidumbre de quien nunca pierde la esperanza, las divisiones de ideas de sus involucrados, el forcejeo entre la razón y la emoción de cada individuo, la cara oportunista del poder para entrampar y luego sacar provecho de la necesidad de su propia gente. No te la quiero contar, pero, cuento corto, el club se vende y en la última escena Ricardo Darín se ilumina y mira a su compañero preguntándole sonriente “¿qué se necesita para fundar un nuevo club?”. Disculpa, te la conté, pero necesitaba hilarlo con la siguiente idea. Si esto continúa y siguen desviando la mirada de lo que con justa razón reclamamos en masa en las calles de todo el país, ¿qué tan descabellado es que nos independicemos del Estado de Chile? Busqué en Google y para mi sorpresa había varios artículos bien didácticos hablando sobre cuáles son los pasos para hacer tu propio país. E imagino que, constituyéndonos como una nueva nación, además de librarnos de sus leyes, trampas y abusos, tendremos las facultades suficientes para demandar al Estado de Chile, condenar sus crímenes y expropiarles lo que nos ha pertenecido siempre. Y listo, se acabó Chile.
Lógicamente es una fantasía, pero, por si acaso, igual tómale una captura a la pantalla a esa voladura de ideas y muéstramela dentro de un par de décadas si es que a esa fecha llegamos con vida y todavía tenemos nuestros dos ojos.
Es cierto que ya existe una fatiga que golpea a todas las partes involucradas, pero es el Pueblo quien tiene la última palabra en esto y los hechos han demostrado que todavía estamos lejos de ver el final de esta historia. Ya Piñera no pesa, pero es tozudo y tratará de mantenerse en su silla presidencial hasta las últimas consecuencias. Está cegado en su ego y ambición, esperando que un milagro le permita salvar su mundialmente dañada imagen y ser el líder que siempre quiso ser. Su último anuncio fue llamar a carabineros y personal de la PDI retirados para reincorporarse a la fuerza represiva ante la negativa de los milicos de volver a salir a las calles si no les garantizan impunidad. Yo no sé hasta qué punto resistirán los pacos, pero el calor también comienza a manifestarse con menos clemencia y aparte ya llevan un mes sin parar de recibir insultos, gritos y el desprecio popular. Confío en que más temprano que tarde entenderán que han sido los únicos perdedores de toda esta historia. Por otro lado, desde el Pueblo resistimos y estamos dispuestos a seguir “hasta que la dignidad se vuelva costumbre”, porque, a esta altura, literalmente, ya no tenemos nada que perder. Eso no nos libra de que cada semana vivamos con esa incertidumbre por no saber qué vendrá ahora. Pasamos de una primera semana violentísima con los milicos en las calles y toque de queda en prácticamente en todo Chile, a una segunda semana de intentos desesperados por parte de la autoridad de normalizar el país, pero que, muy por el contrario, nos entregó algunas de las más increíbles postales del levantamiento popular a lo largo de Chile.
Cayeron varios de sus símbolos colonizadores, volaron cabezas de estatuas, seguimos boicoteándoles sus sistemas. Las pocas y torpes apariciones de Piñera sólo le dieron más sentido y fuerza al descontento. Sus medidas han sido coherentes sólo con su inoperancia e incapacidad, entre ellas, un cambio de asiento en su gabinete para bajar el perfil de la salida de su primo Andrés Chadwick del Ministerio del Interior, pese a que ésa es una demanda popular que se arrastra hace un año por su implicancia en el caso del asesinato de Camilo Catrillanca. Además, ofreció migajas como solución al aumento de pensiones y el sueldo mínimo para mejorar ampliamente nuestra calidad de vida. Es un pobre tipo y pasará a la historia por eso, y también la justicia llegará, porque se puede evadir toda la vida.
Cuesta precisar tanto detalle contenido en treinta días de movilizaciones por todo el país. No hay día exento de noticias espesas, y las fuentes las hacemos circular a través de nuestros celulares. Nos indigna, pero ya hay como una tendencia al hábito, lo que es más terrible todavía, porque, después de todo, es fuerte igual que ahora los fachos cuicos anden armados y disparando en las calles, desde luego con todos los privilegios que siempre han tenido los fachos cuicos en este país, que es lo que los diferencia de los fachos pobres, quienes sí se pueden irse presos en caso de no tener con qué pagar o no contar con las influencias suficientes. Pueden irse presos por dispararle a alguien cuya vida crea que vale más que su propiedad privada. ¿Viste que me acordé de ti, amigo de derecha de las primeras líneas? Yo sabía que te quedaste acá, porque tú eres muy estudioso e inteligente. Sabes que no ganas nada leyendo estas líneas, pero, como tampoco pierdes, y a ti no te gusta perder, te quedas hasta el final a ver qué puedes sacar. Pues, por favor, quédate. Sigo compartiendo mi propiedad privada contigo.
La masacre de los primeros días de la dictadura de Piñera aún esconde muchos secretos y siguen blanqueando las escenas. Hay hombres y mujeres abusados sexualmente por las fuerzas del orden público. Hay carabineros confesos de esos delitos que quedaron con firma quincenal, mientras un profesor como Roberto Campos está incomunicado en una cárcel de alta seguridad por destruir torniquetes de metro en los primeros días de manifestaciones sociales, al que por eso se le carga además la ley de seguridad de Estado. La estación de metro Baquedano, catacumbas de nuestra Plaza De La Dignidad, fue denunciada como centro de detención y tortura. No hay claridad de esos hechos todavía, porque les conviene que no la haya, como con tantos hechos más, pero, definitivamente, nunca podremos transitar por esa estación de la misma manera. Yo creo que debiese cerrarse, aunque sea la estación más estratégica, pero socialmente debe incomodarnos siempre. Las cifras de torturas, detenciones, heridos, violencia sexual, mutilaciones y homicidios registradas por el INDH son alarmantes. Ya han presentado 345 querellas contra agentes del Estado. El temor de enfrentarse a un juicio por crímenes de lesa humanidad que sí están dispuestos a cometer, es la única justificación del ejército para rehusarse a salir de sus cuarteles.
Recordar cada una de las historias o evidencias de las tiranas formas de represión e intimidación de la que nuestro Pueblo ha sido objeto, empieza a abrir esas oscuridades no muy hospitalarias. Es ahí cuando te pones a pensar fuera del romanticismo que ilumina esta llama revolucionaria y te preguntas, ¿qué tanto sentido tiene seguir enfocando esta lucha en el enfrentamiento contra una fuerza sin ninguna intención de razón?
Sonríe:
Estaba en ese viaje mental de repasar imágenes, emociones y dilemas del último mes, cuando reaparece en escena la voz de María retomando nuestro dialogo inicial, redirigiendo sabiamente la conversación a reconocer cuáles son las ganancias de nuestro bando. Y estamos muy de acuerdo a que la cosecha es generosa. Chile despertó es una frase que no pudo definirse de mejor forma. No es solamente exigir el cambio de una Constitución, acabar con la estafa del actual sistema de pensiones, eliminar el lucro abusivo en los derechos como educación, vivienda, salud, transporte, carreteras e incluso del agua. No es solamente pelear por el reconocimiento de nuestros pueblos originarios y poner fin a la represión de Wallmapu. No es solamente reclamar porque se haga justicia a quienes han tenido el privilegio de comprarla por tantos años, desde la clase política que nos vendió hasta la clase empresarial que nos saqueó e intoxicó. No son sólo condiciones más dignas para trabajar y la nivelación de un sueldo mínimo que asegure costear lo mínimo para así no endeudarnos con tal de llegar a fin de mes. No es únicamente transformar las políticas públicas de las infancias vulnerables. ¿De qué hablamos ahora cuando nos reunimos? Hablamos con pasión de nuestras ideas, de lo que nos conmueve, de lo que nos preocupa. ¿Para qué utilizamos nuestras redes sociales? Para concientizarnos, acompañarnos y también denunciar lo que nadie más hará por nosotros y nosotras. ¿Te das cuenta la cantidad de años en que sólo las utilizamos para decir que existíamos sin existir?
El Chile que hoy despertó fue capaz de frustrarle la APEC y la COP25 al gobierno criminal de Sebastián Piñera. También despachó la posibilidad de celebrar el final de la Copa Libertadores en el país y ni siquiera tiene interés en que se realicen más partidos de fútbol, pues las barras bravas que antes se mataban por el color de su equipo, ahora están todas unidas en las calles exigiendo lo que exige todo el Pueblo. El Chile de esta primavera dejó de ir al mall y disfruta tardes enteras jugando en las plazas y parques que por tantos años lucieron abandonadas. Este Chile mandó lejos el show empresarial de la Teletón, la PSU, y está dispuesto a sacrificar su celebración de navidad y año nuevo si fuese necesario, porque, podrá estar tuerto, pero nunca más dormido.
¿Cuántas veces despotricamos contra este país? Por su pasividad, por su incapacidad de revelarse, por su aspiración a proyectar lo que nunca hemos sido. Míranos ahora. Al menos una vez al día ves un gesto, una acción, un vídeo, una frase, una historia, un mensaje, da lo mismo, cualquier cosa, pero ves algo que te emociona. Te emociona sumarte a la marcha a gritar arengas hasta el cielo junto a más de un millón de los que hoy con justa razón puedes llamar compatriotas, y da lo mismo si andas sola o solo, porque somos una unidad. Los largos viajes en micros llenas a las manifestaciones son puro canto y alegría. El chófer de la micro, que antes siempre se encargaba de traspasarte su amargura y frustración, hoy te abre las puertas con una sonrisa y te invita a no pagar. La reducción forzosa de las jornadas laborales por las manifestaciones permitió que miles de niñas y niños puedan compartir más tiempo de calidad con sus padres y madres. Algunos de mis viejos amigos, de los que creí que se los había devorado la maquinaria del sistema, hoy me llaman para impregnarme de su revolución y sacarme a la calle. ¿Cuánta gente deprimida hoy recuperó sus ganas de vivir? ¿Cuándo fue la última vez que vi tan feliz a mi madre? El despertar de Chile hizo más por ella que todo lo que he intentado hacer por años. ¿Cuánto hemos crecido? ¿Cuánto hemos aprendido? ¿Hasta qué punto hemos elevado nuestras conciencias? ¿Cuántos actos de amor hemos normalizado después de tantos años de individualidad e indiferencia? ¿A cuántos hermanos diste salvación rociándoles agua con bicarbonato cuando viste que no daban más por los gases? ¿Cuántas hermanas hicieron lo mismo por ti cuando creíste que no lo resistirías? ¿Qué tal te vino el almuerzo gratuito que te llevaron les compañeres? ¿Cuántas buenas historias conociste de las personas que generosamente acercaste hasta su casa en tu auto cuando no había locomoción? De ahí siempre salen historias. Nos llenamos de nuevas historias.
“Ahora somos más hermnxs que antes”:
El día de la marcha más grande de Chile del pasado 25 de octubre conocí a Javier. No tenía cómo venirme a casa y ya estaba cansado, y por la lejanía era difícil que llegara antes del toque de queda. Bastó un gesto con el pulgar para que me diga “súbete no más flaco, yo subo por Grecia hasta Tobalaba”. No debe haber tenido más de 40 años. Era una persona seria, pero muy liviana y amena. Me cuenta que vende menaje y cosas por el estilo en la feria junto a su esposa. Que lleva varios días sin poder trabajar, pero que no ha dejado de ir a marchar y tratar de ayudar transportando a las personas que necesite. Me pregunta a qué me dedico yo, luego me cuenta le gusta mucho Movimiento Original. Javier me habla que no le ha ido tan mal en la vida, que trabaja mucho, pero que le indigna ver cómo las abuelitas llegan al final de la feria para recoger los desperdicios y tener algo que cocinar en la casa. También cómo muchas veces le preguntan por el precio de algo que necesitan comprarse, y pese a que no es nada caro lo que vende, deben desistir porque sería gastarse una de las dos lucas que le quedan probablemente para el resto del mes. Sabe que tiene que trabajar para tampoco faltarle a su madre y a su padre. Se detiene por otra persona que estaba en la misma situación. Viene adrenalínico todavía el amigo. Hay entusiasmo por lo que está pasando, hablamos de lo que ha pasado y de lo que creemos que pasará. Les muestro fotos aéreas de la marcha que me envían por WhatsApp. Celebramos cuando en la radio confirman que fuimos más de un millón doscientas mil personas. No lo podemos creer, somos prácticamente un mar de esperanza. No hemos ganado nada, y los tres nos prometemos que esto no puede parar. Me bajo porque Javier debe desviarse para seguir hasta su casa, pero detrás de su pequeño auto se asoma una camioneta, y el conductor con su familia tocan sus bocinas e invitan a subirme, como si ya lo supieran: “¡Para dónde vai, flaco!” – “Pa’ arriba”, respondo subiéndome. Era una camioneta grande, de esas que parecen camión pequeño. La cabina trasera estaba llena de gente cantando y celebrando, algunos se bajaron en las próximas esquinas, otros seguimos avanzando y coreando que “El Pueblo está en la calle pidiendo dignidad”. La congregación que tuvo esa marcha fue histórica y la experiencia se repitió en las principales ciudades de Chile. Piñera, por supuesto, se robó el crédito de nuestra movilización, la que exigía de norte a sur su renuncia, pero nosotros sabemos que ésta es nuestra historia y todavía queda mucho por qué pelear. En esos días felices me gusta escuchar Los Fabulosos Cadillacs: “Nosotros somos amigos, vos que solo estás”.
De frente:
Algunos días después, ya sin toque de queda, me devolvía a casa después otra concentración. Caminé mucho antes de encontrar quién pudiera ayudarme a avanzar. Se entendía que la motivación había bajado. Era el lunes 4 de noviembre, llevábamos casi veinte días. Cruzaba iluminado por el fuego de las barricadas de la Villa Olímpica y de pronto una joven pareja me toma en cuenta: “Vamos hasta Grecia con Macul ¿te sirve?” Por supuesto que me servía, así que me subí. No alcanzamos a conversar mucho antes de tener que bajarme, por lo que no recuerdo demasiados detalles de ese viaje compartido, sólo la buena onda de la pareja. Sigo avanzando por Grecia, pero en realidad ya no me daban mucho más los pies. Me detengo a esperar que un auto me lleve y al rato se me acerca un hombre delgado: “¿Llevas mucho rato esperando?”, me pregunta. “Ni cinco minutos”, le digo, y nos ponemos a conversar: “Todos los días lo mismo. Ya nadie te quiere llevar, pero yo me quedo acá hasta que me lleven, hoy día no me quiero ir caminando, estoy muy cansado”. El tipo me cuenta que se iba a Plaza De La Dignidad todos los días después de su trabajo a la hora de almuerzo, y ahí se quedaba combatiendo hasta el final. “Estuvieron brígidos los pacos hoy día. Cacha lo que están tirando con hondas”, y me muestra una bola de acero del tamaño de una canica. Pero no sólo hablamos del conflicto, también de nuestras familias, de algunas anécdotas que nos han dejado estas semanas de revuelta. Me cuenta además su experiencia cuando estuvo detenido hace poco en la carnicera comisaría de Peñalolén por manifestarse durante el toque de queda. Aquella comisaría tiene varias denuncias por torturas y la comunidad vecinal se ha manifestado en reiteradas oportunidades estos días por sus abusos. Fue ahí donde crucificaron personas y el amigo me confía parte de lo que vivió: “Mi caso ya lo tomó el INDH”. Con convicción agrega: “No podemos parar con esto. Se ve que la gente está más cansada, pero no podemos parar”. En eso aparece nuestro salvador y corremos como dos niños a su auto. El conductor era un cabro joven, buena onda, pero más reservado. No conversaba mucho, pero dijo que tenía ganas de ayudar. Enganchamos a alguien más. Después, pasamos como podemos sobre algunas barricadas, nos hacemos espacio entre la gente que la cuida. Mi compañero tripulante saca su pañuelo del FPMR de la mochila para mostrarlo. Me dice “aquí yo pertenezco”. Era un trabajador común y corriente, demasiado joven para ser viejo, demasiado viejo para ser joven. Compartimos varias ideas e historias en el camino. Espero que haya llegado bien a su casa. Espero que algún día toda esta historia sane su descontento y que nuestra victoria le permita también disfrutar. Pienso en lo injusto que es también llevar una vida sólo para luchar por lo justo.
Florecer la humanidad:
María es terapeuta floral y por estos días está ofreciendo ayuda gratuita a quien la necesite en su consulta de Bellavista. No con terapia precisamente, pero sí con gotitas rescue, que ayudan a bajar los niveles de tensión o ansiedad cuando la cosa se pone color crisis. La pueden ubicar en su cuenta @paihuen.terapias. Son tiempos de contención y reflexión para rearmar fuerzas antes de volver a nuestras respectivas trincheras. Conversamos largo rato, pero ya es hora de acabar nuestra sesión y caminar. Me prepara mis gotas y me lanza sus poderes para que este texto me salga bueno. Me dirijo a Plaza De La Dignidad cruzando por el Parque Forestal. Me topo de frente con el guanaco dispersando gente. La cosa se calma rápido y avanzo. “¡Para dónde vai!”, alguien me grita. Es un cabro en el parque, el cuma, el flaite, el choro de toda la vida. “Ten cuidado si te vai por allá, porque están los pacos ahí, ahí y allá. Por ahí hay tres carros esperando. Andan locos hoy día. Cacha, allá igual andan”. En un contexto socialmente más miserable, como el Chile del mes pasado, el compa no hubiese estado ni ahí conmigo. No lo culpo si se hubiese querido salvar tratando de quitarme el celular o lo que fuera, lo entendería si está la mano. Ese Chile dividido invitaba a eso. Se notaba que el hermano lo había pasado mal en la vida. Su cara estaba completamente quemada. “Hoy día han estado allanando en Renca y en Independencia. Fueron donde mis amigos, mi gente, me llamaron y estuve durmiendo. Si no, hubiese estado ahí”. Especulo sobe sus orígenes, y él me cuenta más cosas de las que me gustaría saber. Cómo él hay muchos así, que están dispuesto a comerse los disparos por ti o por mí, que va al terreno a guerrear verdaderamente, no desaprovechando la oportunidad de devolverle un camotazo a las injusticias que ha encarnado la vida entera, para que tú y yo podamos ir a subir nuestras historias a Instagram desde donde está toda la multitud festiva. A diferencia de los pacos que disparan a matar, él estaría dispuesto en la batalla. “Están provocando para mañana. En Lo Hermida se han ensañado esta semana”, le digo. “¿Qué pasa mañana?”, me pregunta. Le respondo que es el aniversario de la muerte de Camilo Catrillanca. “Oh, verdad, el Catrillanca. Oye estos culeaos que se pusieron locos. El otro día me fumé un gramo y me puse a ver un video entero de todo el operativo”. Seguimos avanzando media cuadra más mientras conversamos. Me cuenta de cómo ha estado estos días, de las ganadas, de las perdidas y los desquites que hizo más temprano en la misma tarde. Le agradezco esos aciertos al blanco que me cuenta. Nos despedimos con un “cuídate igual también”. Alguien reparte gratuitamente antiparras que saca de una bolsa. Los pacos no quieren dejar pasar a la zona cero, tienen sitiada la Plaza De La Dignidad. Hay que esperar. Pasa un grupo de voluntarios de primeros auxilios y la gente les acompaña sus pasos con aplausos. La tarde sigue avanzando y el sol aún no baja. Intentos por tomarla desde poniente, se frustran. Desde el suroriente, frustrado también. Se disparan algunas bombas. Veo una que cae al río. Todavía no hay tanta gente, pero el tránsito ya se desvió. Se mueven los pacos, corren de todos los rincones en masa y se agrupan en el centro. El corazón de la ciudad comienza a reordenarse para iniciar su función del final del día. Cada quien toma su ubicación: rescatistas, manifestantes, capuchas, primera línea, pacos. En fin, hoy se marcha, mañana también.
Ven, SEREMOS:
Para cualquier persona que quiera visitar y conocer Chile, me parece que no hay mejor momento que éste para hacerlo. Lo digo muy en serio. Basta con salir a la calle y caminar no más de dos cuadras para leer y entender qué es lo que buscamos y cuál ha sido nuestra historia. Está escrito en las paredes, en los lienzos que cuelgan de cada balcón, en los carteles que portan las mismas personas y en la destrucción de todo lo que represente el poder del capitalismo. Se escucha en las calles entre silbatos, bombos, panderos, vuvuzelas, arengas, disparos, bocinazos. El efecto lacrimógeno está en el aire, las esquinas son un caos organizado ante la falta de semáforos y señalética. Tiene un folclor muy particular nuestra identidad el día de hoy, y, a pesar de que sé que hay mucha gente que le afecta ver la ciudad de esa forma, lo que yo veo, en la ciudad misma, es a la gente que la habita con absoluta satisfacción de sentirse parte de este proceso y los costos aún se asumen bien. De frente y con responsabilidad. No le tememos a eso.
Quien se anime a venir podrá conocernos en nuestra mejor versión, porque somos todo lo descrito en este texto y mucho más. No hay certeza de cuáles vayan a ser los próximos movimientos. El Pueblo tiene demandas claras que no están siendo acogidas, y, mientras sea así, será preferible este caos en vez de su normalidad tan charcha. Por acá vamos avanzando, seguimos reencontrándonos, seguimos discutiendo las formas en nuestras cocinas abiertas, seguimos generando las vías para empezar a definir cuál será nuestra nueva representación política, seguimos representando a quienes ya nos arrebataron, seguimos siendo los ojos con los que verá nuestro triunfo Gustavo Gatica. Estamos despiertos, porque seguimos creyendo en el sueño.
Mamá, papá, les juro por mi hija que vamos a cambiar esta hueá.
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